“¡Hoy tengo un sueño! Sueño que un día los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad. Sueño que mis cuatro hijos revivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, si no por los rasgos de su personalidad”
Así rezaba un extracto del discurso de Martin Luther King durante la histórica Marcha de 1963. Era el ideal del sueño americano, justicia y libertad. Era el ideal de miles de americanos, que veían en él la esperanza de un futuro mejor. La sociedad se renueva con el paso de los años, de las décadas, de los siglos. Pero en el fondo de esa sociedad siempre se encuentran las inmundicias que crea el hombre. Despojos como la discriminación, la injusticia, la desigualdad; el horror. Desde las guerras a la segregación racial, pasando por el holocausto nazi. Actos de autodestrucción del propio ser humano. Pero en esa sociedad también se hallan sueños e ilusiones, sentimientos de los que se saca la fuerza para revelarse, la fuerza del cambio, porque la ilusión es lo que mueve el mundo. Y en esos momentos resaltan figuras de personas que con su carisma son capaces de mover masas y pueblos enteros, y de hacerlos soñar con que se puede cambiar el mundo. Y Martin Luther King fue uno de esos líderes. Y Abraham Lincoln fue uno de esos líderes. Y Barack Obama es uno de esos líderes.
Cuando todos vivimos inseguros por esta crisis, surge en Estados Unidos un presidente negro de 47 años, con todo lo que eso conlleva, que no es poco. Este es el cambio que necesitaba el siglo XXI. La sociedad necesita figuras a las que admirar, y dado que el vigente sistema de Estados Unidos está lleno de vagos incompetentes (Bush), los americanos han encontrado en este cambio tan drástico y transcendental un nuevo motivo para la esperanza. Lo que atrae de Obama no está sólo en la novedad de los de su color en la Casa Blanca, si no que hay algo más. Puede que su carisma. Hay quienes ven el él muchas similitudes con Kennedy. Lo que sí que está claro es la cantidad de expectativas que hay depositadas en él, lo cual puede conllevar, si no se superan, a la decepción, aunque pensándolo de otro modo, cualquier cosa mejoraría lo presente.
El día siguiente a las elecciones, me fijé en una foto de un negro que lloraba la victoria de Obama. Ese negro era Jesse Jackson, líder de los derechos civiles en los ochenta. Lágrimas de alegría, de esperanza, lágrimas que compartió con miles de negros y que sin duda hubiera derramado satisfecho el propio Marthin Luther King.
Así rezaba un extracto del discurso de Martin Luther King durante la histórica Marcha de 1963. Era el ideal del sueño americano, justicia y libertad. Era el ideal de miles de americanos, que veían en él la esperanza de un futuro mejor. La sociedad se renueva con el paso de los años, de las décadas, de los siglos. Pero en el fondo de esa sociedad siempre se encuentran las inmundicias que crea el hombre. Despojos como la discriminación, la injusticia, la desigualdad; el horror. Desde las guerras a la segregación racial, pasando por el holocausto nazi. Actos de autodestrucción del propio ser humano. Pero en esa sociedad también se hallan sueños e ilusiones, sentimientos de los que se saca la fuerza para revelarse, la fuerza del cambio, porque la ilusión es lo que mueve el mundo. Y en esos momentos resaltan figuras de personas que con su carisma son capaces de mover masas y pueblos enteros, y de hacerlos soñar con que se puede cambiar el mundo. Y Martin Luther King fue uno de esos líderes. Y Abraham Lincoln fue uno de esos líderes. Y Barack Obama es uno de esos líderes.
Cuando todos vivimos inseguros por esta crisis, surge en Estados Unidos un presidente negro de 47 años, con todo lo que eso conlleva, que no es poco. Este es el cambio que necesitaba el siglo XXI. La sociedad necesita figuras a las que admirar, y dado que el vigente sistema de Estados Unidos está lleno de vagos incompetentes (Bush), los americanos han encontrado en este cambio tan drástico y transcendental un nuevo motivo para la esperanza. Lo que atrae de Obama no está sólo en la novedad de los de su color en la Casa Blanca, si no que hay algo más. Puede que su carisma. Hay quienes ven el él muchas similitudes con Kennedy. Lo que sí que está claro es la cantidad de expectativas que hay depositadas en él, lo cual puede conllevar, si no se superan, a la decepción, aunque pensándolo de otro modo, cualquier cosa mejoraría lo presente.
El día siguiente a las elecciones, me fijé en una foto de un negro que lloraba la victoria de Obama. Ese negro era Jesse Jackson, líder de los derechos civiles en los ochenta. Lágrimas de alegría, de esperanza, lágrimas que compartió con miles de negros y que sin duda hubiera derramado satisfecho el propio Marthin Luther King.
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