Al decir la palabra “Navidad” inmediatamente se nos vienen a la cabeza dos cosas -corregidme si me equivoco-: la primera, ¡vacaciones! y la segunda,¡ regalos! El hecho de estar casi veinte días “de relax” nos viene de perlas (por razones obvias) pero lo que realmente me preocupa es que, inconscientemente o no, nos olvidamos del verdadero significado de la Navidad.
Seguro que nos hemos dado cuenta de que durante estos días la televisión no ha hecho más que taladrarnos la cabeza con los míticos anuncios de siempre: que si el turrón de Suchard, los Ferrero Rocher, el Freixenet…pero los que se llevan la palma son los de colonias, ¡qué cansinos! No las he contado, pero eso de “Que j’adore” de Dior, Le nouveau parfum de Ninna Ricci, Touch of pink de Lacoste, Hugo Boss pour l’homme et pour le femme…pues lo vi y/o escuché unas cuantas veces. Eso sí, todas estas “baratas” fragancias, cómo no, van siempre acompañadas de buenorros y buenorras que nos recuerdan lo feos que son (por si por un casual se nos olvida).
Aparte del sector perfumería, algo muy curioso que se anuncia ya entrados en enero son los coleccionables. La oferta es muy amplia y variopinta, desde todos los accesorios necesarios para construir una casa de muñecas de ensueño hasta figuritas de santos y vírgenes. ¿Para qué necesitamos todo esto? Creo que para nada…es puro vicio, y yo misma caí como una tonta. Hace cosa de 7 u 8 años me encapriché precisamente por una de esas casitas de muñecas. Como mi prima tenía una, yo no iba a ser menos y enseguida me las arreglé para convencer a mamá para que yo tuviese una igual. Y así fue, poco a poco íbamos recibiendo las piezas para darle forma a la casa. Lo peor de todo es que ni siquiera llegamos a montarla. Aún hoy me duele en el alma, cuánto dinero tirado a la basura… ¿Por qué me harían caso?
Pues bien, a lo que iba, que la Navidad se ha convertido en consumismo puro y duro, y no sólo la Navidad, todo en general. Ellos nos llenan los ojos y nosotros nos dejamos convencer. Está claro que recibir un regalo hace ilusión, aunque sea un mínimo detalle, pero es que ahora hasta los cumpleaños se traducen en dinero. En mi caso, cumplí el día de fin de año y bueno, los regalos se me amontonaron (dinero, ropa, zapatos, colgantes…) y todo eso pues vale, está bien, son cosas útiles, pero todas materiales. Si tengo que elegir, me quedo con un vídeo en el que salen mis amigos felicitándome los diecisiete, haciéndome ver que les importo. Para mí, ése ha sido el regalo más grande.
Seguro que nos hemos dado cuenta de que durante estos días la televisión no ha hecho más que taladrarnos la cabeza con los míticos anuncios de siempre: que si el turrón de Suchard, los Ferrero Rocher, el Freixenet…pero los que se llevan la palma son los de colonias, ¡qué cansinos! No las he contado, pero eso de “Que j’adore” de Dior, Le nouveau parfum de Ninna Ricci, Touch of pink de Lacoste, Hugo Boss pour l’homme et pour le femme…pues lo vi y/o escuché unas cuantas veces. Eso sí, todas estas “baratas” fragancias, cómo no, van siempre acompañadas de buenorros y buenorras que nos recuerdan lo feos que son (por si por un casual se nos olvida).
Aparte del sector perfumería, algo muy curioso que se anuncia ya entrados en enero son los coleccionables. La oferta es muy amplia y variopinta, desde todos los accesorios necesarios para construir una casa de muñecas de ensueño hasta figuritas de santos y vírgenes. ¿Para qué necesitamos todo esto? Creo que para nada…es puro vicio, y yo misma caí como una tonta. Hace cosa de 7 u 8 años me encapriché precisamente por una de esas casitas de muñecas. Como mi prima tenía una, yo no iba a ser menos y enseguida me las arreglé para convencer a mamá para que yo tuviese una igual. Y así fue, poco a poco íbamos recibiendo las piezas para darle forma a la casa. Lo peor de todo es que ni siquiera llegamos a montarla. Aún hoy me duele en el alma, cuánto dinero tirado a la basura… ¿Por qué me harían caso?
Pues bien, a lo que iba, que la Navidad se ha convertido en consumismo puro y duro, y no sólo la Navidad, todo en general. Ellos nos llenan los ojos y nosotros nos dejamos convencer. Está claro que recibir un regalo hace ilusión, aunque sea un mínimo detalle, pero es que ahora hasta los cumpleaños se traducen en dinero. En mi caso, cumplí el día de fin de año y bueno, los regalos se me amontonaron (dinero, ropa, zapatos, colgantes…) y todo eso pues vale, está bien, son cosas útiles, pero todas materiales. Si tengo que elegir, me quedo con un vídeo en el que salen mis amigos felicitándome los diecisiete, haciéndome ver que les importo. Para mí, ése ha sido el regalo más grande.
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