Por norma general, los libros no suelen ser los mejores amigos de los jóvenes. Donde esté la Wii o el ordenador… ¡que se quite todo lo demás! (incluidos, claro está, los libros).
A decir verdad, la culpa no es de ellos, sino de la escasa promoción que se hace de la lectura y de todos esos “tochos” que les hacen tragar, una obligación que carece de toda fundamentación lógica.
Para todo hay una edad, también para leer. Por ello, es necesario empezar poquito a poco, pasito a pasito. No es lo mismo leer “La Fundación” de Buero Vallejo en 2º de la ESO que en 2º de Bachillerato, por ejemplo, puesto que es necesario compartir los referentes para comprender los diferentes apartados de la obra (tema, tratamiento del espacio y el tiempo, caracterización de los personajes, argumento y demás). Si ya en 2º de BAC cuesta encontrarle en sentido, no me quiero ni imaginar la reacción de un niño de 2º de la ESO.
Yo misma doy fe de lo que acabo de contar. A decir verdad, nunca me ha llamado demasiado el mundo de la lectura. Me limitaba a leer los libros que nos mandaban en el colegio, por el simple hecho de que no me quedaba otro remedio: era una obligación. Me acuerdo que cada vez que terminaba uno de esos decía para mis adentros: “Venga María, a partir de ahora tienes que dedicarle más tiempo, es algo bueno para ti”. Y como ya se venía venir, hacía caso omiso a mis propósitos.
Cuando llegué al instituto la cosa empezó a cambiar. En una de las primeras clases de Lengua tuvimos que subir a la biblioteca y coger un libro, a elección de cada uno. Todavía recuerdo la cara de tonta que se me quedó en ese momento al darme cuenta de que la mayoría de mis compañeros sabía más o menos por dónde tirar, qué tipo de libro escoger. Yo no tenía ni la más mínima idea, era algo nuevo para mí, nunca antes me había visto en tal aprieto.
Después de un largo rato sumida en la indecisión, me llamo la atención un libro: “El niño con el pijama de rayas”. Me sonaba de verlo por casa así que fui a por él. Recuerdo que la profesora me dijo algo así como: “Quizás sea un buen comienzo y este libre te lleve a otro, y a otro, y a otro…”. No se equivocaba. La historia de ese niño con el pijama de rayas me conmovió y me quedé con ganas de más. Así pues, me aventuré a coger otro libro del mismo estilo: “La ladrona de libros”, cuyo grosor me aterrorizó, pero tras varios meses, fui capaz de terminarlo.
Analizando mi propia experiencia, llego a la conclusión de que no es que no me gustara leer, sino que nunca había tenido valor siquiera para intentarlo. Todo era de boquilla, y ahí se quedaba, en “buenas intenciones”.
Con esto quiero decir que nunca es tarde para empezar a leer. Sólo hace falta el libro adecuado y sobre todo la persona adecuada para recomendártelo.
Una buena solución para fomentar la lectura sería, por ejemplo, incentivar iniciativas que resulten atractivas a todo el mundo, en especial a los más jóvenes. Los clubs de lectura como “Balbordo” llevan a cabo un magnífico labor, logrando despertar en las personas, sobre todo en los más pequeños, el interés por descubrir lo que esconden las páginas de un libro.
A estas alturas, todavía no soy una buena lectora, una lectora constante, pero reconozco que he dado un gran salto. Jamás me hubiese imaginado que me llegara a hacer tanta ilusión recibir un libro de poemas por el Día del Libro. Ése fue mi primer regalo, pero después aún llegó otro: “Historia de España contada por estudiantes”, lo cual me inyectó otra dosis de felicidad en el cuerpo.
No sé cómo me las apañaré a partir de ahora para escoger un libro con mi propio criterio, pero supongo que no me quedará otra que lanzarme y a ver qué pasa.
A decir verdad, la culpa no es de ellos, sino de la escasa promoción que se hace de la lectura y de todos esos “tochos” que les hacen tragar, una obligación que carece de toda fundamentación lógica.
Para todo hay una edad, también para leer. Por ello, es necesario empezar poquito a poco, pasito a pasito. No es lo mismo leer “La Fundación” de Buero Vallejo en 2º de la ESO que en 2º de Bachillerato, por ejemplo, puesto que es necesario compartir los referentes para comprender los diferentes apartados de la obra (tema, tratamiento del espacio y el tiempo, caracterización de los personajes, argumento y demás). Si ya en 2º de BAC cuesta encontrarle en sentido, no me quiero ni imaginar la reacción de un niño de 2º de la ESO.
Yo misma doy fe de lo que acabo de contar. A decir verdad, nunca me ha llamado demasiado el mundo de la lectura. Me limitaba a leer los libros que nos mandaban en el colegio, por el simple hecho de que no me quedaba otro remedio: era una obligación. Me acuerdo que cada vez que terminaba uno de esos decía para mis adentros: “Venga María, a partir de ahora tienes que dedicarle más tiempo, es algo bueno para ti”. Y como ya se venía venir, hacía caso omiso a mis propósitos.
Cuando llegué al instituto la cosa empezó a cambiar. En una de las primeras clases de Lengua tuvimos que subir a la biblioteca y coger un libro, a elección de cada uno. Todavía recuerdo la cara de tonta que se me quedó en ese momento al darme cuenta de que la mayoría de mis compañeros sabía más o menos por dónde tirar, qué tipo de libro escoger. Yo no tenía ni la más mínima idea, era algo nuevo para mí, nunca antes me había visto en tal aprieto.
Después de un largo rato sumida en la indecisión, me llamo la atención un libro: “El niño con el pijama de rayas”. Me sonaba de verlo por casa así que fui a por él. Recuerdo que la profesora me dijo algo así como: “Quizás sea un buen comienzo y este libre te lleve a otro, y a otro, y a otro…”. No se equivocaba. La historia de ese niño con el pijama de rayas me conmovió y me quedé con ganas de más. Así pues, me aventuré a coger otro libro del mismo estilo: “La ladrona de libros”, cuyo grosor me aterrorizó, pero tras varios meses, fui capaz de terminarlo.
Analizando mi propia experiencia, llego a la conclusión de que no es que no me gustara leer, sino que nunca había tenido valor siquiera para intentarlo. Todo era de boquilla, y ahí se quedaba, en “buenas intenciones”.
Con esto quiero decir que nunca es tarde para empezar a leer. Sólo hace falta el libro adecuado y sobre todo la persona adecuada para recomendártelo.
Una buena solución para fomentar la lectura sería, por ejemplo, incentivar iniciativas que resulten atractivas a todo el mundo, en especial a los más jóvenes. Los clubs de lectura como “Balbordo” llevan a cabo un magnífico labor, logrando despertar en las personas, sobre todo en los más pequeños, el interés por descubrir lo que esconden las páginas de un libro.
A estas alturas, todavía no soy una buena lectora, una lectora constante, pero reconozco que he dado un gran salto. Jamás me hubiese imaginado que me llegara a hacer tanta ilusión recibir un libro de poemas por el Día del Libro. Ése fue mi primer regalo, pero después aún llegó otro: “Historia de España contada por estudiantes”, lo cual me inyectó otra dosis de felicidad en el cuerpo.
No sé cómo me las apañaré a partir de ahora para escoger un libro con mi propio criterio, pero supongo que no me quedará otra que lanzarme y a ver qué pasa.
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