- Oh, no…
Nos habíamos vuelto a equivocar. Otro pedido inservible, de hace dos temporadas.
Afuera, la ciudad comenzaba a despertar. El frío penetraba en aquel oscuro local. Era el almacén de la tienda principal de Inditex en Galicia. Era princio de temporada y tocaba la ardua (pero como todo en aquel trabajo, simple) tarea, de repartir los pedidos por departamentos. Había aceptado aquel trabajo por orgullo. El abatimiento por las continuas peleas y discusiones con mi familia me habían llevado a independizarme por completo. Y para mí, por completo es por completo, por lo tanto tocaba buscarse curro, y aquel era el único con el que podía compaginar mis estudios universitarios. Por ese maldito orgullo y por mí misma había tomado aquella decisión, y ahora pagaba las consecuencias.
Pese a mi continuo optimismo, la rutina y la monotonía de aquel trabajo estaban acabando conmigo. Entre doblar y doblar camisetas, mi mente se evadía continuamente hacia otros lugares. El pasado, los amigos… sentía que estaba malgastando mi juventud en aquel trabajo inútil. Pero todo aquello era absurdo. Llegué a la conclusión de que sólo eran paranoias, el resultado de tantas horas para pensar, de tantas horas haciendo lo mismo. Necesitaba algo innovador, con lo que distraernos aunque sólo fuera un rato, algo que hiciera el paso de los minutos más llevadero; y mis compañeras pensaban igual que yo. Y Una tarde llegó la solución. Deambulando por los departamentos, entré en una pequeña sala al final del pasillo. Parecía que allí hacía años que no entraba nadie. Cajas y cajas llenas de cosas inservibles se amontonaban allí. Entonces una idea recorrió mi cabeza, y sin dudarlo, decidí llevarla a cabo. Al acabar cada jornada visitaba aquella pequeña habitación, la limpiaba y la ordenaba. Un par de compañeras se interesaron, les conté mi idea y me ayudaron entusiasmadas. Dos semanas después, algunos muebles nuevos, otros usados, y algo de decoración, aquella sala parecía algo completamente diferente. Se habia convertido en nuestro pequeño rincón de descanso, donde, entre pedido y pedido, nos tomábamos unos cafés, compartíamos experiencias, y nos reíamos de las estupidas ocurrencias de las caprichosas clientas adolescentes. Con el paso del tiempo hubo que pedir permiso a los superiores, porque cada vez más compañeros se nos unían. Me sentía orgullosa de que fuera yo la propulsora de aquel rincón de paz y buen rollo entre tanto estrés y monotonía.
Afuera, la ciudad comenzaba a despertar. El frío penetraba en aquel oscuro local. Era el almacén de la tienda principal de Inditex en Galicia. Era princio de temporada y tocaba la ardua (pero como todo en aquel trabajo, simple) tarea, de repartir los pedidos por departamentos. Había aceptado aquel trabajo por orgullo. El abatimiento por las continuas peleas y discusiones con mi familia me habían llevado a independizarme por completo. Y para mí, por completo es por completo, por lo tanto tocaba buscarse curro, y aquel era el único con el que podía compaginar mis estudios universitarios. Por ese maldito orgullo y por mí misma había tomado aquella decisión, y ahora pagaba las consecuencias.
Pese a mi continuo optimismo, la rutina y la monotonía de aquel trabajo estaban acabando conmigo. Entre doblar y doblar camisetas, mi mente se evadía continuamente hacia otros lugares. El pasado, los amigos… sentía que estaba malgastando mi juventud en aquel trabajo inútil. Pero todo aquello era absurdo. Llegué a la conclusión de que sólo eran paranoias, el resultado de tantas horas para pensar, de tantas horas haciendo lo mismo. Necesitaba algo innovador, con lo que distraernos aunque sólo fuera un rato, algo que hiciera el paso de los minutos más llevadero; y mis compañeras pensaban igual que yo. Y Una tarde llegó la solución. Deambulando por los departamentos, entré en una pequeña sala al final del pasillo. Parecía que allí hacía años que no entraba nadie. Cajas y cajas llenas de cosas inservibles se amontonaban allí. Entonces una idea recorrió mi cabeza, y sin dudarlo, decidí llevarla a cabo. Al acabar cada jornada visitaba aquella pequeña habitación, la limpiaba y la ordenaba. Un par de compañeras se interesaron, les conté mi idea y me ayudaron entusiasmadas. Dos semanas después, algunos muebles nuevos, otros usados, y algo de decoración, aquella sala parecía algo completamente diferente. Se habia convertido en nuestro pequeño rincón de descanso, donde, entre pedido y pedido, nos tomábamos unos cafés, compartíamos experiencias, y nos reíamos de las estupidas ocurrencias de las caprichosas clientas adolescentes. Con el paso del tiempo hubo que pedir permiso a los superiores, porque cada vez más compañeros se nos unían. Me sentía orgullosa de que fuera yo la propulsora de aquel rincón de paz y buen rollo entre tanto estrés y monotonía.
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