Me llamo Manuel, tengo 33 años, una vida normal, con un trabajo normal y me considero moderadamente feliz.
En el verando de 1999, mi madre, harta de verme tirado en el sofá una hora sí y otra también, según ella, sin hacer nada de provecho, me propuso buscar un trabajo en el verano. Acepté, no me vendría nada mal un poco de dinero, ya se sabe que un chico de 23 años tiene ciertos gastos, y más en verano. Y así fue como empecé a trabajar en el peaje de la autopista, lo que iba a ser un trabajo temporal, se convirtió en mi rutina diaria hasta el momento. La verdad es que no me puedo quejar, pienso que casi todos los trabajos acaban siendo rutinarios, aunque el mío gana a la mayoría: el trabajo intelectual es nulo, el físico brilla por su ausencia y el social se limita a "buenos días", "2,40 por favor", "buen viaje", pero gracias a Dios la vida no se reduce al trabajo.
En mi tiempo libre procuro dedicarme a lo que realmente me gusta. Lo que más me libera es irme a jugar un partidillo de fútbol al parque del barrio con los amigos de siempre, para a continuación, irnos a tomar unas cañas.
Últimamente, noto que mi cuerpo se empieza a resentir un poco, por eso estoy empezando a disminuir las sesiones deportivas para alquilar una película y organizar cenas con los amigos en casa.
Durante las vacaciones suelo ir al pueblo de mis abuelos unos días y disfrutar de la paz y tranquilidad que allí se respira. no echo de menos el trabajo, pero tampoco lo odio, ya que siempre trato de verle el lado positivo, sé que es difícil, pero uno tiene que encontrar sus vías de escape, sino sí que sería aburridísimo.
En el verando de 1999, mi madre, harta de verme tirado en el sofá una hora sí y otra también, según ella, sin hacer nada de provecho, me propuso buscar un trabajo en el verano. Acepté, no me vendría nada mal un poco de dinero, ya se sabe que un chico de 23 años tiene ciertos gastos, y más en verano. Y así fue como empecé a trabajar en el peaje de la autopista, lo que iba a ser un trabajo temporal, se convirtió en mi rutina diaria hasta el momento. La verdad es que no me puedo quejar, pienso que casi todos los trabajos acaban siendo rutinarios, aunque el mío gana a la mayoría: el trabajo intelectual es nulo, el físico brilla por su ausencia y el social se limita a "buenos días", "2,40 por favor", "buen viaje", pero gracias a Dios la vida no se reduce al trabajo.
En mi tiempo libre procuro dedicarme a lo que realmente me gusta. Lo que más me libera es irme a jugar un partidillo de fútbol al parque del barrio con los amigos de siempre, para a continuación, irnos a tomar unas cañas.
Últimamente, noto que mi cuerpo se empieza a resentir un poco, por eso estoy empezando a disminuir las sesiones deportivas para alquilar una película y organizar cenas con los amigos en casa.
Durante las vacaciones suelo ir al pueblo de mis abuelos unos días y disfrutar de la paz y tranquilidad que allí se respira. no echo de menos el trabajo, pero tampoco lo odio, ya que siempre trato de verle el lado positivo, sé que es difícil, pero uno tiene que encontrar sus vías de escape, sino sí que sería aburridísimo.
Cuando estoy trabajando siempre tengo la radio puesta, aunque está prohibido. En los turnos de noche, cuando apenas pasan dos o tres coches cada hora, hago crucigramas; pero lo que más me gusta es observar a la gente que se para en mi cabina y analizar su voz, sus gestos, sus expresiones para imaginar historias sobres sus vidas, alguna tan buena y elaborada que podría escribir una novela, quizás algún día lo haga. ¿Quién sabe?
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