2009/03/28

Érase una vez

La vida en el castillo no era lo que a Cenicienta, Blancanieves y Aurora les habían prometido: lavar, cocinar, planchar y fregar se convirtió desde el primer día en una costumbre. Durante la semana, apenas veían a sus príncipes, que utilizaban cualquier escusa para pasar más tiempo fuera de palacio: ir de caza, participar en torneos, asistir a fiestas, enamorar a hermosas doncellas… A pesar de ello, deseaban tener hijos, “un descendiente” pensaban ellos.
Un día llegó al reino un viajero. Unos decían que venía del Japón por su modo extravagante de vestir, otros rumoreaban que de las Américas. La novedad no tardó en llegar a oídos de los príncipes que pronto celebraron una fiesta en su honor.
El turista tenía voz y andares de mujer mas su indumentaria y apariencia eran claramente masculinas. Vista su extravagancia, los príncipes decidieron mandarle al comedor de las princesas y librarse así de una mala compañía. Una vez que se sentó a la mesa, comenzó a conversar con Cenicienta:
-Me temo que todavía desconozco su nombre.
-Me llamo Olympia de Gonges.
-¿No es ese un nombre de mujer?
-En efecto.
-Me temo que ha habido una confusión: creí que era usted un turista.
-Estaba de viaje y, al pasar por este pueblo, decidí quedarme algunos días.
-Espero que se encuentre cómoda durante su estancia.
-¿Podría hacerles unas preguntas?
-Como no.
-Me ha llamado la atención que no pasan mucho tiempo con sus maridos.
Oh, ellos tienen una vida muy importante y ajetreada como para que nosotros supongamos una carga aún mayor.
-¿A qué se dedican?
-Bueno, limpiamos, fregamos, hacemos la comida… ¿Qué si no?
-¿No han pensado en estudiar? Geografía o un idioma quizás
-Ja ja ja, que cosas dice. Una mujer, ¿estudiar? Estará bromeando. Todo el mundo sabe que nosotras no valemos para eso.
-Tiene razón Cenicienta- afirmó Blancanieves- el sitio de la mujer es el hogar. Como no deje de decir tonterías, me temo que me veré obligada a echarla del castillo.
-¿Pero es que no se dan cuenta? La mujer no ha nacido para acompañar al hombre. Somos algo más. Mientras sus maridos las ignoran utilizándolas como simples sirvientas, ellos se instruyen, aprenden y mejoran. ¿Qué sería de ellos sin vuestra ayuda?
-Los hombres se limitan a hacer lo que deben. No seríamos lo que somos ni tendríamos todo lo que tenemos si no llega a ser por ellos. Esta conversación no tiene sentido alguno. Esto ha sido siempre así y así es como debe seguir.
Al día siguiente, Olympia de Gonjes fue encontrada cerca de un camino del bosque: la habían asesinado. Aurora, que había escuchado con atención todo lo que Olympia les había contado, intentó dejar a su marido y tuvo el mismo final que Olimpia. Cenicienta y Blancanieves se limitaron a continuar con sus viejas vidas y, por miedo, no volvieron a hablar de lo sucedido aquella trágica semana. Habían aprendido la lección.

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