Ya quedaba poco para partir, Cristóbal estaba nervioso y al mismo tiempo con muchas ganas, su alma de explorador no se cansaba nunca y sólo le faltaban tres días más para embarcar. Salió a dar un paseo por las calles de Huelva, hacía una tarde típica del mes de agosto. Mientras paseaba escuchó el sonido de una flauta, un hombre alto y desgarbado la tocaba sentado en el suelo de una callejuela. Colón se acercó y le dejó una moneda al pobre hombre con aspecto taciturno. El muchacho se levantó y le dio las gracias.
-Asique es usted el hombre que va a cruzar el océano para hacer una expedición. Yo soy Fernando, pero bueno, todos me llaman el flautista de Hamelín. Muchas gracias señor por ser tan generoso.
-¿Qué me diría usted si le propusiera venir conmigo en mi viaje? Tocará la flauta todo lo que quiera y así todos nos deleitaremos con su música.
El flautista de Hamelín aceptó la propuesta. Partieron hacia tierras desconocidas, Cristóbal, el flautista y toda la tripulación.
Al tercer día de viaje Colón no encontraba su brújula, asique preguntó a toda la tripulación si la habían visto. Casualmente, un hombre llamado Jack Sparrow, un pirata retirado, con el pelo largo y trenzas en la barba, dijo que podría prestarle la suya. Colón la aceptó pero pronto se dio cuenta de que no señalaba el norte. Aún así, no le quedó más remedio que utilizarla, pues no tenía nada mejor.
El viaje fue largo y fatigante, pero Fernando lo hizo mucho más llevadero gracias a la melodía de su flauta.
- ¡Tierra a la vista! – gritó un marinero.
Desembarcaron en una pequeña isla. Aparentemente no había nada ni nadie, estaba desierta. Cristobal Colón, el flautista de Hamelín y Jack Sparrow comenzaron la exploración. De repente, vieron a un tropel de ogros, verdes, gorditos y con dos antenas en la cabeza. Los tres se quedaron mirando fijamente hacia ellos durante un buen rato. ¡Eran una marabunta de Shreks tomando el sol en la playa!
Increíble, habían descubierto una nueva especie en la tierra desconocida, Mundo Shrek.
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