En los últimos años, el botellón se ha convertido en una práctica muy frecuente de los jóvenes, y no tanto, españoles. Pero esta nueva manera de diversión está causando más de un conflicto entre nosotros, los “díscolos e indisciplinados macarras”, y los vecinos de la zona.
Aunque, por una parte, no voy a negar la necesidad de que exista una ley para frenar prácticas abusivas (y con esto me refiero a los hiper, mega, poli y macro botellones) hago al mismo tiempo un llamamiento para suprimir de una vez por todas las generalizaciones.
Personalmente, y recalco lo de personalmente (no se me vayan a tirar a la yugular), no veo ningún problema en que una pandilla de amigos se reúna en un parque con un par de botellas y se diviertan unas horas. Con esto no estoy justificando los comas etílicos en los que a veces desembocan, que dejen todo destrozado y sucio para que sean otros los que lo recojan al día siguiente, ni mucho menos la necesidad de tomar alcohol para divertirse.
Sí que existe el consumo responsable. Cada uno sabe perfectamente en qué momento debe decirse: “Hasta aquí por hoy”. Independientemente de que mi postura sea muy idealista, con un poco de concienciación y educación, el problema estaría resuelto. Ahora la cuestión es: ¿interesa?
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