2009/06/27

Cuéntame un cuadro: Pardo


Sombras

El ruido de las turbinas, una vez más, cabalga poner sus tímpanos como una pesadilla que no le concede reposo. Lleva tres días intentando que los agentes de la PAU le pierdan la pista y cree que esta vez lo conseguirá. Cada cinco minutos le echa un vistazo al film que proyectan para asegurarse de no quedarse dormida. Risas, gritos y golpes de niños se pierden por todo el avión cuando la luz de los cinturones de seguridad se alumbra por segunda vez en su viaje. En veinte minutos está en el aeropuerto. El cansancio que lleva acumulando esta temporada ha hecho daños en su figura pero, lejos de preocuparla, se siente más motivada. Había concertado una cita para dentro de media hora con un contacto de la agencia con el que intercambiará el material. Diez largos años de investigaciones resumidos en el maletín que celosamente esconde bajo el brazo, ya que por nada en el mundo perdería la oportunidad de acabar el trabajo. Verifica nerviosamente su reloj: aún le sobran cinco minutos. Todo marcha como lo había planeado.
Al salir de la estación, choca de frente con una muchedumbre: familias ansiosas esperando a los parientes, trabajadores de agencias de viajes... Para su alivio entre todos ellos se encuentra discretamente oculto su contacto. No tarda en reaccionar y cruza decidida incluso el punto de encuentro en el que depositará el maletín. De pronto, algo parece ir mal. Su contacto desaparece repentinamente de su campo visual y, en su lugar, dos caras conocidas caminan hacia ella con una mirada de plena satisfacción.
...
El ruido de una tos seca acaba por despertarla. Se encuentra con dificultades para respirar y el rugido que emiten sus pulmones le barrena la cabeza cuál ametralladora.
Tarda unos minutos en erguirse pero no se siente muy segura de ser capaz de dar un paso sin acabar en el suelo. Decide finalmente apoyarse en la pared ,cuando un dolor agudo y punzante en la nuca la hace recular y llevarse la mano allí para poder soportar el dolor. Se palpa una herida de unos tres centímetros de diámetro que dejó una sangre viscosa sobre sus cabellos. Ahora comprende qué hace en esa estrecha calle sin más abrigo que la camisa y los pantalones del último viaje. Busca desesperadamente el teléfono móvil consciente de que, como mucho, encontrará unos pesos guardados en el bolsillo interior. Efectivamente, desprovista de todo, se dirige hacia la cabina más próxima para contactar con la agencia.
A medida que pasa el tiempo, nota las extremidades más entumecidas. Las sombras de la calle se le echan encima y no tiene el más mínimo indicio de dónde se encuentra. Caminando sin rumbo, cruza las calles hasta llegar a su destino.
No hace falla más de un tono para que una voz, de un tono seco, le dé las nuevas instrucciones: A las 9 en la estación. Cogerá un tren a Ávila donde un contacto le suministrará la medicina para contrarrestar los efectos de la droga.
Así que era eso, ¿cuantos días llevaría dormida? Ya no importa ahora. Deberá centrarse en llegar a la estación.
El viaje se hace más pesado de lo que parece. Desorientada, se tambaléa por las calles con la sensación de volar en una nube hasta que divisa un gran edificio que reconoce, la antigua estación de Santiago.
Pocos pasos son los que la separan de la estación, mas pasos imposibles. Su cuerpo no responde. Escalafríos la recorren de pies a cabeza pero decide seguir adelante. Sabe que, de perder el tren, no habrá solución. Las siluetas se defórman en su retina y los sonidos de las últimas llamadas son risas que la llenan de incertidumbre. Se cae al suelo y nota que alguien la arrastra hacia un banco, no lo reconoce aunque, de hacerlo, no estaría en condiciones de agradecérselo. Necesita encontrar el tren que la llevará hacia su cura pero todo lo que la rodea la confunde Entre tanto ruido, consigue distinguir el mensaje que recuerda a los viajeros que tendrán la última oportunidad de coger el tren cara Ávila, viajeros que se apresuran, la confunden y la hacen caer de nuevo. El tren enciende la máquina y de repente nota el tibio contacto de un cuerpo que la lleva hacia el interior de la cabina. Deja caer todo el peso de su cuerpo sobre el asiento y, mientras mira por la ventanilla cómo el tren deja atrás la ciudad, se abandona en las manos de un sueño reparador que, por fin, será tranquilo.

Por Emma Fernández

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